Enrique Santos Discèpolo
Poeta, compositor, actor y autor teatral
(27 de marzo de 1901 – 23 de diciembre de 1951) Nombre de familia: Enrique Santos Discépolo
La filosofía en moneditas
Hace unos años, en su ensayo Les assassins de la mémoire -un agudo estudio sobre el revisionismo neonazi en la
Europa contemporánea-, el escritor francés Pierre Vidal-Naquet reprodujo la letra de "Cambalache", el tango emblemático de Enrique Santos Discépolo. ¿Una cita descabellada? ¿Acaso un rasgo de exotismo de un intelectual en busca de oxígeno fuera del ámbito de la cultura europea? Según lo confesaría el autor, Discépolo cayó en sus manos a través de unos amigos latinoamericanos. Y él decidió incluirlo en un libro que nada tenía que ver con el tango. La imagen del cambalache como escenario del azar insolente, de la confusión de valores y la desacralización le pareció la más adecuada para sellar su texto de denuncia.
No fue aquella la primera vez que la obra de Discépolo
despertó interés en el campo del pensamiento. El español
Camilo José Cela lo incluyó entre sus poetas populares
preferidos y Ernesto Sabato no ha dudado en identificarse con
la filosofía pesimista de quien supo escribir en "Que vachaché":
"El verdadero amor se ahogó en la sopa". Muchos años antes
de estas reivindicaciones, los poetas lunfardos Dante A. Linyera y Carlos
de la Púa definieron a Discépolo como a un autor "con
filosofía". Otro escriba de Buenos Aires, Julián Centeya,
al reseñar unos de sus filmes, habló de "filosofía
en moneditas", a la vez que arriesgaba una analogía -sin duda
desmedida- entre Discépolo y... Carlitos Chaplin.
A diferencia de otros creadores populares que desplegaron
su talento de modo instintivo y un tanto naif, para luego ser reivindicados
por futuros exégetas, Discépolo fue siempre consciente
de sus aportes. Podría incluso asegurarse que toda su producción
artística está articulada por estilo común, un
cierto aire o espíritu discepoliano que la gente reconoce inmediatamente,
con afecto y admiración, como si su obra -más de una vez
definida como "profética"- expresara el sentido común
de los argentinos. La singularidad de Discépolo sigue inquietando,
tanto dentro como fuera del universo del tango. Mientras la mayoría
de sus coetáneos hoy suena extraña para las nuevas generaciones,
el hombre que escribió y compuso "Cambalache" persiste, está
vigente. O para decirlo con una de sus imágenes preferidas: sigue
mordiendo.
Enrique se formó viendo teatro de la mano de
su hermano Armando, el gran dramaturgo del grotesco rioplatense, y poco
después se sintió atraído por las artes populares.
Llegó al tango después de haber probado, con suerte dispar,
la autoría teatral y la actuación. En 1917, debutó
como actor, al lado de Roberto Casaux, un capo cómico de la época,
y un año más tarde firmó junto a un amigo la pieza
Los duendes, mal tratada por la crítica. Luego levantó
la puntería con El señor cura (adaptación
de un cuento de Maupassant), Día Feriado, El hombre solo,
Páselo cabo y, sobre todo, El organito, feroz pintura
social bosquejada junto a su hermano, al promediar los años 20.
Como actor, Discépolo evolucionó de comparsa a nombre
de reparto, y se recordaría con entusiasmo su trabajo en Mustafá,
entre muchos otros estrenos.
Si bien los mundos del teatro y el tango no estaban
divorciados en la Argentina de Yrigoyen y Gardel, la decisión
de Discépolo de convertirse en un autor de canciones populares
fue resistida por el hermano mayor -Armando se había hecho cargo
de la educación de Enrique después de la temprana muerte
de los padres-, y no puede decirse que las cosas le hayan sido fáciles
al debilucho y tímido Discepolín. Una tibia influencia
familiar (Santo, el padre, fue un destacado músico napolitano
establecido en Buenos Aires) puede haber sido una primera señal
hacia el arte combinado de la organización sonora y la letrística,
pero la revelación no fue inmediata. Por el contrario, tanto
el insípido "Bizcochito", su primera composición hecha
a pedido del dramaturgo Saldías, como el notable y revulsivo
"Que vachaché", editado por Julio Korn en 1926 y estrenado en
un teatro de Montevideo bajo una lluvia de silbidos, fueron un mal comienzo,
o al menos eso se creyó en el Buenos Aires que aclamaba los tangos
de Manuel Romero, Celedonio Flores y Pascual Contursi.
La suerte del obstinado autor cambió en 1928,
cuando la cancionista Azucena Maizani cantó en un teatro de revistas
"Esta noche me emborracho", un tango de ribetes horacianos (por el Horacio
de las Odas) y tópico netamente rioplatense: aquella
vieja cabaretera que el tiempo trató con impiedad. Días
después del estreno, los versos de aquel tango circularon por
todo el país. Los músicos argentinos de gira por Europa
lo incluyeron en sus repertorios, y en la España de Alfonso XIII
la composición gozó de gran popularidad. Había
nacido el Discépolo del tango. Ese mismo año, la actriz
y cantante Tita Merello retomó el antes denostado "Que vachaché"
y lo puso a la altura de "Esta noche me emborracho". Finalmente,
1928 sería el año del amor para un intelectual cargado
de inseguridades. Tania, una cupletista española radicada en
Buenos Aires que se revelaría como una muy adecuada intérprete
de sus tangos, acompañaría a Discépolo el resto
de su vida.
En una época en la que la autoría y la
composición estaban claramente diferenciadas en el marco de las
industrias culturales, Discépolo escribía letra y música,
aunque esta última era imaginada con apenas dos dedos sobre el
piano, para luego ser llevada al pentagrama por algún músico
amigo (generalmente Lalo Scalise). Esta capacidad doble le permitió
a Discépolo trabajar cada tango como una unidad perfecta de letra
y música. Con un agudísimo sentido del ritmo y de la progresión
dramática, con un gusto melódico impecable (Carlos de
la Púa lo definió como un "Pulgarcito Filarmónico"),
Discépolo se las ingenió para hacer de sus breves y muchas
veces violentas historias una auténtica comedia humana rioplatense.
Abandonó gran parte de la influencia modernista que hacía
estragos en otros letristas (Rubén Darío fue el héroe
literario de cientos de poetas argentinos, durante muchos años)
y tradujo al formato "menor" de la canción ciertas ideas dominantes
de la época: el grotesco teatral, el idealismo crociano, el extrañamiento
pirandelliano...
La proliferación de ideas en cada letra hallaba
en el humor socarrón y en el lirismo de la música un cierto
equilibro, una compensación sensorial, un modo de "decir
cosas" en y a través del tango. Ningún
otro autor llegaría tan lejos.
Desde luego, el hecho de que Carlos Gardel grabara
casi todos sus primeros tangos ayudó en gran medida a la difusión
y legitimación de Discépolo como autor y compositor de
un género lleno de autores y compositores. En ese sentido, la
versión gardeliana del 10 de octubre de 1930 de "Yira
yira" figura entre los grandes momentos de la música
argentina. La intensidad de la grabación, en la que no hubo recursos
teatrales especiales y el cantante evitó todo énfasis
innecesario, está dada por la inmediatez de la expresión
gardeliana. No hay preámbulos instrumentales que familiaricen
al oyente con el material, más allá de una apretada introducción
de los guitarristas que exponen el estribillo con los trémolos
y fraseos de bordonas típicos de los acompañamientos de
la época. La línea melódica, con sencillez engañosa
irrumpe de golpe, con una fuerza que excluye la queja.
"Yira yira" fue escuchado e interpretado
como una denuncia cargada de escepticismo. El militante ridiculizado
en "Que vachaché" vuelve a la carga, pero esta vez respaldado
por una crisis material profunda. Ahora, el "engrupido" que se resistía
a creer que "el verdadero amor se ahogó en la sopa" ocupa el
lugar de la voz cínica. Los principios han sido trocados por
la realidad. Es el triunfo del descrédito, pero ya sin el cinismo
- y mucho menos el grotesco- de unos años antes. El personaje
de "Yira yira" confió en el mundo, y este lo defraudó.
Como en otros tangos de Discépolo, la letra cuenta una "caída",
un desalmado amanecer: ya no hay espacio para el engaño y la
impostura. (Desde esta perspectiva, no están del todo equivocados
quienes han visto en Discépolo a un moralista decepcionado por
la modernidad, aunque tal vez sea mucho más que eso).
La línea que empieza con "Qué vachaché"
y madura en "Yira yira" se continúa en los tangos
"Qué sapa señor" y, en 1935, "Cambalache" Pero
no es este el único "estilo" del arte compositivo de Discépolo.
Este supo ser romántico en el vals "Sueño de juventud",
burlón en tangos "cómicos" como "Justo el 31"
y "Chorra", expresionista en "Soy un arlequín"
y "Quién más, quién menos", pasional en
"Confesión" y "Canción desesperada"
y un tanto nostálgico y elegíaco en "Uno" y "Cafetín
de Buenos Aires", ambas creaciones escritas conjuntamente con Mariano
Mores. No fue tan prolífico como Enrique Cadícamo, y una
parte considerable de sus creaciones carece de interés. Es indudable
que la variedad musical de Discépolo tuvo que ver con sus inquietudes
teatrales y cinematográficas. Su puesta de "Wunder Bar" y sus
películas más conocidas - "Cuatro corazones", "En la luz
de una estrella"- dieron a conocer canciones -algunas casi olvidadas-
que el director y actor escribió con su sentido "programático".
Enrique Santos Discépolo nació en el
barrio porteño del Once, el 27 de marzo de 1901, y murió
el 23 de diciembre de 1951, en el departamento céntrico que compartía
con Tania. Su compromiso con el peronismo, hecho público a través
de su breve y fulminante participación en un discutido programa
de radio, lo distanció de varios de sus viejos amigos. Dos años
después de su muerte, cuando las trincheras políticas
ya no lo necesitaban pero varios de sus tangos seguían golpeando
en la conciencia colectiva, Discépolo fue recordado por el escritor
Nicolás Olivari en una nota memorable. Allí Olivari aseguraba
que el autor de "Yira yira" había sido el perno
del humorismo porteño, engrasado por la angustia. En cierto modo,
aquella era una definición discepoliana.
Sergio A. Pujol es historiador y crítico musical.
Entre otros libros, publicó "Discépolo. Una biografía
argentina" (Emecé, 1997).