24 de Septiembre de 1931 – Nace Jorge Roberto Paglia, en el “Barrio de Las Ranas”, de la Ciudad de General Pico, Provincia de La Pampa. Cantante, músico y compositor.
Hijo de doña Suave Mercedes Nella, vivía en la calle 25, esquina 20 en su ciudad natal.
Juan Cabrino, guitarrero y cantor, le enseñó los primero tonos en la guitarra, con 16 años empezó a cantar en la Orquesta de Domingo Pellizari, quien lo descubre como cantante.
En 1950 con Juancito Venturucci, Juan Cabrino y el pianista Benuzzi, formaron un conjunto llamado “Páginas de América”.
En 1952 oficio de guardavidas en Mar del Plata, pues Roberto había aprendido natación en el Club Cultural Argentino; otro de los deportes que abrazó, fue el futbol, llegó a integrar las divisiones inferiores como arquero en los Clubes: Cultural Argentino y Pico Football.
En 1955, deja definitivamente su ciudad natal, convencido de que la música era lo suyo. Ya en Buenos Aires conformo el “Trio Latinoamericano” con los paraguayos Pedro Gamarra y Tito Fernández, luego el “Trío Azul”, con Osvaldo Avena y Oscar Rodríguez, y después, en el “Trío Valencia”, con Roberto Valencia, colombiano, y Héctor San Luis.
En 1960 llegó la oportunidad de grabar discos como solista. En esta época graba en el sello Disc Jockey, que manejaba Rodríguez Luque y este lo “bautizo” Palmer, como nombre artístico, porque los apellidos italianos no parecían sonar bien en esa época.
En 1962, Oscar Valles lo invita a unirse a “Los Cantores de Quilla Huasi”, para reemplazar a Carlos Vega Pereda que iniciaría su carrera como solista y debuto en el auditorio de Radio El Mundo, el 1 de Marzo de 1962.
En Junio de 1998, después de treinta y seis años, dejo las filas del conjunto para radicarse definitivamente en Madrid, España.
Estuvo casado en primeras nupcias con Elsa Ramos y de ellos nació Mónica.
Luego se casó con Belén De Caso de origen español y con quien emigro a España.
Fue muy amigo de Elena Tortolero de Salinas, conocida como “Malena”, musa inspiradora de Homero Manzi para el famosísimo tango.
Obras: Adonde se irán mis penas (con Marian Farías Gómez) – Alma de tonada (con Belén De Caso Zavala) – Amigo vino – Argentinita (con Oscar Valles) – Balada de Marzo (con Armando Tejada Gómez) – Bicho feo carancho asao (con Clenso Peiretti) – Buenos Aires nostalgia (con Marian Farías Gómez) – Cambacita correntina (con Pedro Rodríguez de Ciervi) – Canción para un sueño perdido (con Carlos Lastra y Oscar Valles) – Canto de lejanía (con Ramón Manuel Navarro) – Castillos de madera (con Homero Luis “Acho” Manzi) – Chaya de los pobres (con Ramón M. Navarro) – Como a la pasada (con Víctor Abel Giménez) – Cuando dijiste adiós (con Elena “Malena” Tortolero de Salinas) – De Pocitos a Albardón (con Carlos Lastra) – Desde La Pampa – Dos palabritas (con Oscar Valles) – El gigante de Los Andes (con O. Valles y C. Lastra) – El Tagüé (con Pedro Rodríguez de Ciervi) – El Ultimo Cacique (con Víctor A. Giménez) – Guitarra cuyana – Juan Bautista – La arrepentida – La Rioja verde (con Armando Tejada Gómez) – La sin nombre – La zavalita (con Ernesto Villavicencio) – Malena y yo (con Mario Valdez) – Mi culpa (con Oscar Valles) – Mi yerutí (con Pedro Rodríguez de Ciervi) – Olvido de la tarde (con Hamlet Lima Quintana) – Pastor de Sierra Morena – Profecía (con Elena “Malena” Tortolero de Salinas) – Rio amanecido (con Carlos Dos Santos) – Romance de María Pueblo (con Marian Farías Gómez) – Sangre ranquel (con Pedro Rodríguez de Ciervi) – Somos un mismo puerto (con Homero “Acho” Manzione) – Tonadita del recuerdo (con Mónico Alemán) – Trova de amor (con Carlos Lastra) – Tu boca – Yerbatera (con Oscar Valles) – Zamba para un adiós – Zamba de antes (con Ramón M. Navarro), entre otras.
24 de Septiembre de 1812 - Tras la orden del Triunvirato a Belgrano de retirarse con el Ejercito del Norte hasta Córdoba y el duro desarraigo del Éxodo Jujeño, el 3 de Septiembre de este año, Eustoquio Díaz Vélez logra una importantísima victoria contra los realistas en la Batalla de Las Piedras, que levanta la moral de los soldados patriotas. Fue entonces que Belgrano decide hacerse fuerte en Tucumán.
En el ejército, tres oficiales fueron decisivos para frenar el retroceso y dar batalla en Tucumán: Díaz Vélez, Balcarce y Manuel Dorrego.
En la mañana del 24 de Septiembre el general Belgrano estuvo orando largo rato ante el altar de la Virgen, e incluso la tradición cuenta que solicitó la realización de un milagro a través de su intercesión. En esos mismos momentos, Tristán ordenó la marcha hacia la ciudad. Algunas fuentes indican que, en lugar de tomar el camino directo, rodeó la plaza desde el Sur, intentando prevenir una posible huida de los patriotas en dirección a Santiago del Estero. Otras afirman que en el paraje de Los Pocitos se encontró repentinamente con los campos incendiados por orden del teniente de Dragones La Madrid, natural de la zona, que contaba con la velocidad del fuego avivado por el viento del sur para desordenar la columna española. En todo caso, utilizó el viejo Camino Real del Perú para poner frente a la ciudad a una legua de ésta, en el paraje del Manantial.
Mientras tanto, y aprovechando la confusión provocada por el fuego, Belgrano, que había dispuesto al alba sus tropas al Norte de la ciudad, había cambiado su frente hacia el oeste, contando con una visión clara de las maniobras de Tristán, y plantó cara a éste en un terreno escabroso y desparejo, llamado el Campo de las Carreras. La rápida embestida sobre el flanco de Tristán apenas dio tiempo a éste de reorganizar su frente y ordenar montar la artillería.
Belgrano había dispuesto la caballería en dos alas: la derecha, al mando de Balcarce, era más numerosa, contaba con la tropa gaucha recién reclutada, que la izquierda, al mando del coronel Eustoquio Díaz Vélez.
La infantería estaba dividida en tres columnas, comandadas por el coronel José Superí la izquierda, el capitán Ignacio Warnes la central y el capitán Carlos Forest la derecha, junto a la cual una sección de Dragones apoyaba la caballería. Una cuarta columna de reserva estaba al mando del teniente coronel Manuel Dorrego; el barón Eduardo Kaunitz de Holmberg comandaba la artillería, ubicada entre las columnas de a pie, demasiado dividida entre las mismas para ser efectiva, siendo su ayudante de campo José María Paz.
Fue la artillería la que inició el combate, bombardeando los batallones de Cotabambas y Abancay, que respondieron cargando a la bayoneta. Belgrano ordenó responder con la carga de la infantería de Warnes, acompañada de la reserva de caballería del capitán Antonio Rodríguez, mientras que la caballería de Balcarce cargaba sobre el flanco izquierdo de Tristán; la carga tuvo un efecto formidable. Lanza en ristre, avanzaron haciendo sonar sus guardamontes y con tal ímpetu que la caballería de Tarija se desbandó a su paso, retrocediendo sobre su propia infantería y desorganizándola hasta tal punto que sin encontrar casi resistencia la caballería tucumana alcanzó la retaguardia del ejército enemigo.
Es imposible saber qué efecto hubieran podido tener de cargar desde ese sitio, en un movimiento de pinzas; compuesta en general por hombres de campo e ignorantes de la disciplina militar, buena parte de la caballería gaucha rompió la formación para apoderarse de las mulas cargadas con los avíos, incluyendo fuertes sumas en metales preciosos, del ejército realista. Con ello lo privaron también de sus reservas de munición y de provisiones, con las que se retiraron del campo de batalla. Sólo la sección de Dragones que le daba apoyo y la caballería regular al mando de Balcarce mantuvo el frente, pero junto con la pérdida de su equipaje ello bastó para confundir y desorganizar esa ala.
Mientras tanto, al otro lado del frente el resultado era muy distinto: pese a la presencia del mismo Belgrano, el avance de caballería e infantería de los realistas fue imparable, tomando prisionero al coronel José Superí. Sin embargo, la firmeza de la columna central permitió a los patriotas recuperar terreno y recobrar a Superí, pero los avances desiguales fraccionaron el frente, haciendo la batalla confusa, incomprensible para sus comandantes y dejando en buena medida las acciones a cargo de los oficiales que encabezaban cada unidad.
La providencial aparición de una enorme bandada de langostas, que se abatieron sobre los pajonales, confundió a los soldados y oscureció la visión, acabando de descomponer el frente. Las versiones tradicionales refieren que fue tal la confusión sembrada por aquel enjambre de langostas que hizo parecer a los ojos de las fuerzas españoles, un número muy superior de tropas patriotas, lo que habría provocado su retirada en la confusión.
Si bien Belgrano había sido arrastrado por el desbande de un sector de su tropa fuera del escenario de las acciones, el campo de batalla quedó en manos de la infantería patriota. Al observar que se había quedado sola y sin las tropas de la caballería, Díaz Vélez logró tomar, junto con un grupo de infantería de Manuel Dorrego, el parque de artillería de Tristán, con treinta y nueve carretas cargadas de armas, municiones, parte de los cañones y centenares de prisioneros. Tomaron, además, las banderas de los regimientos Cotabambas, Abancay y Real de Lima. Luego, con la ayuda de las tropas de la reserva y llevándose también a los heridos, Díaz Vélez hizo replegar ordenadamente la infantería hacia la ciudad de San Miguel de Tucumán, colocándola en los fosos y trincheras que se habían abierto allí. También reorganizó la artillería y apostó tiradores en los techos y esquinas, convirtiendo a la ciudad en una plaza inexpugnable. Encerrado en ella, protegido por las fosas, Díaz Vélez aguardó expectante el resultado de las acciones de Belgrano y Tristán.
Belgrano, a su vez, desconocedor del resultado, intentaba recomponer su tropa cuando encontró al coronel José Moldes, quien había desempeñado el grueso de las funciones de observación. Ambos lograron localizar a Paz, y a través de éste a lo que quedaba de la caballería en el campo. Se les sumó poco después Balcarce, el primero en atreverse a calificar de victoria la situación, juzgando que el campo cubierto de cadáveres y despojos españoles era indicio del resultado, aunque se desconocía por completo el estado de la infantería y de la ciudad. Reordenar la hueste llevaría el resto de la tarde a Belgrano.
Tristán, temeroso de lo que podía esperarle a sus tropas dentro de la ciudad, optó por amagar un par de entradas, pero ordenó la retirada ante los primeros disparos enemigos. Hizo un último por la vía diplomática, intimando a Díaz Vélez a rendirse en un plazo de dos horas, bajo amenaza de incendiar la ciudad. Díaz Vélez le respondió con vehemencia, invitándolo a que se atreviera, ya que las tropas de la Patria eran vencedoras y que había adentro 354 prisioneros, 120 mujeres, 18 carretas de bueyes, todas las municiones de fusil y cañón, 8 piezas de artillería, 32 oficiales y 3 capellanes tomados al ejército realista. Agregó que, de ser necesario, degollaría a los prisioneros, entre los que se encontraban cuatro coroneles. Tristán no se atrevió a cumplir con su amenaza y pernoctó fuera, dudando acerca del curso a seguir; por la mañana encontró a la tropa de Belgrano a sus espaldas, que lo intimó a rendirse por medio del arrogante coronel Moldes. El jefe realista contestó, rechazando la oferta, que "las armas del rey no se rinden". A continuación se replegó con todo su ejército hacia Salta, mientras 600 hombres al mando de Díaz Vélez le hostigaba su retaguardia en su huida al Norte, logrando tomar muchos prisioneros y rescatar también algunos que habían hecho las tropas realistas.
Las fuerzas patriotas dejaron 65 muertos en el campo de batalla, en tanto que los realistas perdieron 453 de sus hombres.