Cantor
(13 de febrero de 1891 - 26 de julio de 1967) Apodo: El Caballero Cantor
ememoró alguna vez Ignacio Corsini: "Los pájaros me enseñaron la espontaneidad de su canto, sin testigos, en el gran escenario de la naturaleza. Aprendí a cantar como ellos, naturalmente y sin esfuerzo". Y precisamente, su canto tuvo esa cosa simple, de pueblo, sin la interferencia de lo asimilado en el conservatorio.
Fue, por lo tanto, un cantor criollo, sin alardes de 
          virtuosismo, con su estilo enraizado en el payador José 
          Betinotti, pero con un claro dejo nasal —aunque parezca una 
          paradoja— propio del sur de Italia. 
          
        
        
Era de allí, más exactamente, de Troina, 
          en la provincia de Catania (Sicilia), aunque su apellido proviniera 
          del norte y de ese origen le quedaran el cabello rubio y los ojos celestes, 
          como los de la famosa pulpera a la que cantó. 
          
        
        
Nació el 13 de febrero de 1891, con el nombre 
          de Andrés Ignacio, hijo de Socorro Salomone y de un Corsini del 
          que no quedó nombre ni recuerdo y al que no llegó a conocer. 
          Con su madre arribó a Buenos Aires en 1896. Ambos se radicaron 
          en Almagro (barrio de Buenos Aires) y, cuando el pequeño Ignacio 
          tenía siete años, se trasladaron a la ciudad bonaerense 
          de Carlos Tejedor. Allí se desempeñó como boyero 
          y resero, y fue allí donde los pajaritos gauchos le enseñaron 
          los secretos del canto. 
          
        
        
Diez años más tarde estaba de regreso 
          en Almagro, que era también el barrio de Betinotti, domiciliado 
          en la calle Artes y 0ficios— que luego se llamaría Quintino 
          Bocayuva, número 567. 
          
        
        
Y ocurrió lo inevitable el modelo y el admirador 
          se conocieron. Pero Corsini no se conformó con ser un imitador, 
          sino que fue avanzando hasta encontrar su propio e inconfundible estilo. 
          
        
        
Poco después, en 1907, se relacionó con 
          el artista circense José Pacheco, que lo introdujo en el teatro 
          y se podría decir que también en el matrimonio, ya que 
          Corsini se casó con su hija, Victoria Pacheco, en 1911. "En ella 
          tuve la gran compañera de toda mi vida, la que me alentó 
          en mis horas inciertas y a la que debo gran parte de mis triunfos", 
          reconocería en su autobiografía inédita, escrita 
          en 1950, dos años después del fallecimiento de su esposa. 
          
        
        
En 1912 ya había adquirido cierto prestigio 
          como cantor y actor —en las compañías de José 
          Podestá y José Arraigada o los circos de Colombo, Cassell, 
          Casano, etcétera—, y fue por ello que el sello Victor le 
          hizo grabar sus primeros discos. Cabe aclarar que ése es el año 
          correcto, ya que entonces estuvo en Buenos Aires el equipo de grabación 
          de esa empresa, y no en el 13, 14 o 15, como alguna vez se ha expresado. 
          
        
        
Corsini era, por aquellos días, un intérprete 
          del repertorio campesino y registró en el surco valses, canciones 
          criollas, estilos y habaneras; el tango aún no había pasado 
          por su garganta, tal como ocurrió con Carlos 
          Gardel. 
          
        
        
Cuando aún estaba limitado a la línea 
          campera, fue requerido por la cinematografía para filmar "Santos 
          Vega" (1916) y "¡Federación o muerte!" (1917); más 
          tarde, intervendría en "Milonguita" (1922), "Mosaico criollo" 
          (cortos, c. 1930), "Rapsodia gaucha" (1932), "Idolos de la radio" (1934) 
          y "Fortín alto" (1941, en la que aparece junto a Agustín 
          Irusta y un joven y desconocido Edmundo Rivero). 
          
        
        
El disco lo convocaría en forma definitiva en 
          1920, pero aún no se le atrevía al tango; sólo 
          después de haber registrado diez canciones, decidió incluir 
          uno "Un lamento" (de Graciano 
          De Leone y Pedro 
          Numa Córdoba). De allí en más, se convertiría 
          en una de las más reconocidas voces del género porteño, 
          sin abandonar por ello sus páginas campesinas. 
          
        
        
En realidad, su éxito como cantor de tangos 
          se inició a partir del 12 de mayo de 1922, cuando, en el sainete 
          "El bailarín del cabaret", estrenó "Patotero 
          sentimental" (de Manuel 
          Jovés y Manuel 
          Romero), que significó, asimismo, su consagración 
          entre el público. 
          
        
        
Otra de las interpretaciones con las cuales se lo identifica 
          es "Caminito" 
          (de Juan de Dios Filiberto y Gabino 
          Coria Peñaloza), uno de los tangos más conocidos mundialmente, 
          que él popularizó a partir del 5 de mayo de 1927 desde 
          el escenario del Teatro Cómico. 
          
        
        
Pero "El Caballero Cantor" —como se lo conoció— 
          fue también compositor y letrista 
          de algunas obras, como los tangos "Flor marchita" (letra de 
          Francisco Bohigas), 
          "Fin de fiesta" (música de Carlos 
          Geroni Flores) y entre otros, "Aquel 
          cantor de mi pueblo" (música de Enrique 
          Maciel) que le llevó al disco Edmundo 
          Rivero. 
          
        
        
También incursionó en otros géneros, 
          siendo un vals su página propia más conocida, "Tristeza 
          criolla", sobre un poema de Julián de Charras. Pero fue 
          el estilo el género en el que mayor cantidad de títulos 
          produjo "Tradición gaucha" (Enrique 
          Maroni), "Juan de los Santos Arena" (Julián de 
          Charras), "A mi palomita" (José 
          María Aguilar), etcétera. 
          
        
        
No obtuvieron mayor resonancia las páginas debidas 
          a la inspiración del cantor, salvo "Tristeza criolla", 
          que en los '40 fue remozado por Ángel 
          Vargas. 
          
        
        
Sin embargo, serían otros dos autores quienes 
          le proporcionarían los grandes impactos que lo iban a identificar 
          como el intérprete del cancionero de temática rosista, 
          el poeta Héctor Pedro Blomberg y 
          su guitarrista Enrique 
          Maciel. La sola mención de los títulos del binomio 
          hace surgir, inmediatamente, el nombre de Ignacio Corsini: "La 
          pulpera de Santa Lucía", "La 
          canción de Amalia", "La 
          mazorquera de Montserrat", "China de la Mazorca", 
          "La guitarrera 
          de San Nicolás", "Los 
          jazmines de San Ignacio" y varios más. A ellos habría 
          que sumar, en diferente temática, 
"La 
          que murió en París", "Barrio 
          viejo del 80", "El 
          adiós de Gabino Ezeiza" o "La 
          viajera perdida". 
          
        
        
Después de las dulzuras del éxito, Corsini 
          sintió el amargor de sus últimos años, tras la 
          pérdida de su esposa, circunstancia que lo llevó a cantar 
          por última vez el 28 de mayo de 1949, en la audición "Argentinidad", 
          de Radio Belgrano. 
          
        
        
En 1961, reapareció públicamente, ante 
          las cámaras de Canal 7, en el programa "Volver a vivir". Y el 
          26 de julio de 1967, cerraba sus ojos para siempre. 
          
        
        
Con él se iba una voz particularísima; 
          seguramente, la más atípica con que contó el tango. 
          
        
        
 
          Originalmente publicado en el fascículo 14 de la colección 
            "Tango Nuestro" editada por Diario Popular.
        




