JULIO SOSA
Cantor
(2 de febrero de 1926 – 26 de noviembre de 1964)
Apodo: El Varón del Tango
Sin lugar a dudas, Julio Sosa fue el último cantor de tango que convocó multitudes. Y en ello, poco importó que casila mitad de su repertorio fuera idéntico al de Carlos Gardel, aunque también es cierto que interpretó algunos títulos contemporáneos. Como dice el investigador Maximiliano Palombo, fue una de las voces más importantes que tuvo el tango en la segunda mitad de los años cincuenta y principios de los sesenta, época en que la música porteña pasaba por un momento no demasiado feliz".
Posteriormente, dada su temprana muerte, se intentó 
          repetir con él el mito Gardel, pero Sosa no era Gardel la extroversión 
          y la carencia de ternura de su voz lo alejaban del paradigma del cantor 
          de tangos. Por otra parte, al perderse su imagen, desaparecieron sus 
          condiciones actorales, tan unidas al sentido de lo que cantaba.
          
        
        
De todas maneras, quedó su recuerdo, sobre todo 
          en la generación que lo vio surgir y en las posteriores, como 
          una de las más reconocibles e insoslayables figuras de la historia 
          del tango.
          
        
        
Con el nombre de Julio María Sosa Venturini, 
          nació en la localidad de Las Piedras, departamento de Canelones, 
          Uruguay, el 2 de febrero de 1926, en el matrimonio formado por Luciano 
          Sosa, peón rural, y Ana María Venturini, lavandera.
          
        
        
Apenas terminados los estudios primarios, la pobreza 
          lo llevó a enfrentar la vida con cualquier conchabo que se le 
          presentara. De ese modo, ejerció las más diversas ocupaciones: 
          ayudante de mercachifle, vendedor ambulante de bizcochos, podador municipal 
          de árboles, lavador de vagones, repartidor de farmacia, marinero 
          de segunda en la aviación naval...
          
        
        
Pero sus ambiciones eran otras. Y tras esas ambiciones, 
          intervenía en cuanto concurso de cantores se le pusiera a tiro. 
          También apareció el amor, que lo condujo al altar con 
          sólo dieciséis años; dos más tarde, se separó 
          de aquella muchacha, llamada Aída Acosta.
          
        
        
Por entonces, se inició profesionalmente en 
          la ciudad de La Paz (Uruguay) como vocalista de la orquesta de Carlos 
          Gilardoni. Se trasladó luego a Montevideo, para cantar con las 
          de Hugo Di Carlo, Epifanio Chaín, Edelmiro "Toto" D'Amario y 
          Luis 
          Caruso. Con esta última, llegó al disco, donde dejó 
          cinco interpretaciones para el sello Sondor en 1948. 
          
        
        
En junio del año siguiente, ya estaba en Buenos 
          Aires cantando en cafés, como el Los Andes, de la esquina de 
          Jorge Newbery y Córdoba. También "realizó una prueba 
          —señala Palombo— en la orquesta típica de Joaquín 
          Do Reyes, pero el director consideró que la voz de Sosa era 
          un tanto dura para el estilo interpretativo de su agrupación". 
          
        
        
En agosto, lo descubrió el letrista Raúl 
            Hormaza, que no demoró en acercarlo a Enrique 
            Mario Francini y Armando Pontier, que 
            andaban con ganas de sumar un nuevo cantor al que ya tenían 
            en su típica, Alberto Podestá. De ganar veinte pesos 
            por noche en el café, pasó a los mil doscientos mensuales 
            con Francini-Pontier. 
            
          
En abril de 1953, pasó a la típica de 
          Francisco Rotundo, con la que grabó en Odeón y de cuyas 
          placas se recuerdan aún verdaderas creaciones como las de "Justo 
          el 31", "Bien bohemio" y "Mala suerte". 
          
        
        
En junio de 1955 ingresó en la de Armando Pontier 
          y registró sus grabaciones en Victor y Columbia. "La 
          gayola", "¡Quién 
          hubiera dicho!", "Padrino 
          pelao", "Martingala", "Abuelito", "Camouflage", 
          "Enfundá 
          la mandolina", "Tengo 
          miedo", "Cambalache", 
          "Brindis 
          de sangre" o "No 
          te apures, Carablanca" fueron algunos de sus clásicos 
          en esa etapa en que el éxito estaba ya completamente de su parte. 
          
        
        
En 1958, contrajo un nuevo matrimonio, con Nora Edith 
          Ulfed, con la que tuvo una hija, Ana María. Ya separado, reincidió, 
          con Susana "Beba" Merighi, su compañera hasta el fin de sus días.
          
        
        
En 1960 reveló su otro aspecto artístico, 
          el de poeta, con la publicación de un único libro, "Dos 
          horas antes del alba". También incursionó en la letra 
          tanguera con una muestra "Seis 
          años", que lleva música de Edelmiro D'Amario. 
          
        
        
A comienzos de 1960, se desvinculó de Pontier 
          decidido a iniciar su etapa de solista. Convocó, entonces, al 
          bandoneonista Leopoldo Federico para que organizara su orquesta acompañante. 
          Con ella comenzó a grabar para el mismo sello en que lo hacía 
          con Pontier, Columbia, en 1961, cuando ya estaba firmemente emplazado 
          en el gusto popular.
          
        
        
El periodista Ricardo Gaspari, titular del departamento 
          de prensa y promoción de la grabadora, lo bautizó "El 
          varón del Tango" y de igual modo tituló a su primer larga 
          duración. Todo parecía marchar viento en popa. Sólo 
          había un inconveniente, enfrentarse al poderoso auge de la denominada 
          "Nueva Ola", el show business de turno, con el que se venían 
          cercenando nuestras raíces culturales en la juventud de la época. 
          Pese al riesgo que ello parecía representar, Sosa logró 
          una venta de discos impensable para un intérprete tanguero de 
          aquellos días y tan abultada como la de cualquier cantante "nuevaolero". 
          
        
        
Ese enfrentamiento con la "Nueva Ola" se representó 
          a la perfección en la escena que protagonizó para la película 
          "Buenas noches, Buenos Aires" (1964), en la que entonó y bailó 
          con Beba Bidart "El 
          firulete", ante unos jóvenes "twisteros" que terminaban 
          por pasarse a los cortes y quebradas. 
          
        
        
La realidad no estaba lejos; Sosa logró que 
          una juventud desorientada volviera a la música que le pertenecía. 
          Es por ello que quienes eran jóvenes entonces han olvidado las 
          tonterías de las letras "nuevaoleras" y siguen escuchando al 
          cantor de Las Piedras.
          
        
        
Al margen del tango y la poesía, Sosa tuvo otra 
          pasión los automóviles. Fue propietario de un Isetta, 
          un De Carlo 700 y un DKW modelo Fissore; con los tres terminó 
          por chocar, debido a su gusto desmedido por la velocidad. El tercero 
          resultó fatal. Durante la madrugada del 25 de noviembre de 1964, 
          se llevó por delante una baliza luminosa en la esquina de la 
          avenida Figueroa Alcorta y Mariscal Castilla (Buenos Aires).
          
        
        
Fue internado en el Hospital Fernández y luego 
          trasladado al Anchorena, en el que dejó de existir el día 
          26 a las 9:30. Sus restos comenzaron a ser velados en el Salón 
          La Argentina y el exceso de público obligó a continuar 
          el velatorio en el Luna Park (legendario estadio de box con capacidad 
          para 25.000 personar). El 24 había cantado por radio su último 
          tango, "La 
          gayola". El final parecía profético "pa" que 
          no me falten flores cuando esté dentro "el cajón". 
          
        
        
Publicado originalmente en el fascículo 39 
          de la colección Tango Nuestro editada por Diario Popular.

