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miércoles, 14 de diciembre de 2016






Juan D'Arienzo


Nombre real: D'Arienzo, Juan
Seudónimo/s: El Rey del compás
Violinista, director y compositor
(14 diciembre 1900 - 14 enero 1976)
Lugar de nacimiento:
Buenos Aires Argentina


En 1936, irrumpe victorioso Juan D'Arienzo en el disputado territorio de la popularidad. Acababa de cumplir 35 años, uno menos que Julio De Caro —estilísticamente ubicado en el otro extremo del espectro musical del tango— era estrella desde 1924 y D'Arienzo comenzó a serlo cuando Pablo Osvaldo Valle lo llevó a la flamante radio El Mundo. Lo cual no quiere decir, de ninguna manera, que D'Arienzo fuera un tanguista tardío. Como casi todos los musicantes de aquellos tiempos se inició en el tango de chiquilín. 

Con Ángel D'Agostino al piano, el bandoneonista Ernesto Bianchi —por apodo, Lechuguita— y Ennio Bolognini (hermano de Remo Bolognini y de Astor Bolognini), tocó, de muy chico, en teatritos de tres al cuatro. Su primera actuación memorable, que el mismo no memora bien, data de 1919. El 25 de junio de aquel año, la compañía Arata-Simari-Franco estrenó, en el teatro Nacional, la pieza cómica de Alberto Novión, El cabaret Montmartre. D'Arienzo , en un reportaje del año 1949 , dijo que el tocó en aquel estreno: «Con D'Agostino y yo en el violín tomamos parte en el estreno del sainete de Alberto Novión El cabaret Montmartre/.../. En la obra aparecía una pequeña orquesta típica, dirigida por nosotros, y que acompañaba a Los Undarz, famosa pareja de baile integrada por la Portuguesa y El Mocho, dos ases del tango canyengue». 

El doctor Luis Adolfo Sierra ha establecido, empero, que en el estreno de aquella pieza tocó la orquesta de Roberto Firpo. Cuando ésta (Firpo, al piano; Cayetano Puglisi, al
violín; Pedro Maffia y Juan Bautista Deambroggio, a los bandoneones, y Alejandro Michetti, a la bateria) se alejó el 1º de setiembre de aquel año, fue reemplazada por la de D'Arienzo-D'Agostino .

De allí en más, D'Arienzo continuó vinculado al teatro. Acompañó, siempre con D'Agostino al piano, a Evita Franco, que tenía su edad y cantaba bellamente tangos como “Loca”, “Entrá nomás” o “Pobre milonga”; tañó su violín en la jazz de Frederickson y formó luego una orquesta con D'Agostino, en la que este, naturalmente, tocaba el piano; el otro violín lo hacía Mazzeo; en los bandoneones estaban Anselmo Aieta y Ernesto Bianchi, y Juan Puglisi en el contrabajo.

Cuando D'Agostino hizo rancho aparte, lo reemplazó Luis Visca, que por aquellos años componía “Compadrón”. Aquel era un sexteto.

Y llegamos a 1935, que es un año clave en la performance de D'Arienzo; que es el año en que realmente aparece el D'Arienzo que todos recordamos. Eso ocurre cuando se incorpora a su orquesta Rodolfo Biagi, un pianista que había tocado con Pacho, que había acompañado a Gardel en algunas grabaciones, que había tocado también con Juan Bautista Guido y con Juan Canaro. D'Arienzo actuaba por entonces en el Chantecler. La incorporación de Biagi significó el cambio de compás de la orquesta de D'Arienzo, que pasó del cuatro por ocho al dos por cuatro; mejor dicho, retornó al dos por cuatro, al compás rápido y juguetón de los tangos primitivos.

Cuando Biagi lo abandonó en 1938 para formar su propia orquesta, D'Arienzo ya se había identificado para siempre con el dos por cuatro. Frente al ritmo marcial de Canaro, a la trivialidad un tanto murguística de Francisco Lomuto, a los arrestos sinfonistas de De Caro, D'Arienzo aportaba al tango un aire fresco, juvenil y vivificador. El tango, que había sido un baile alardoso, provocativo, casi gimnástico, se vio un día convertido, al decir de Discépolo, en un pensamiento triste que se puede bailar... Se puede... El baile había pasado a ser subsidiario hoy; sólo que entonces había sido desplazado por la letra y por los cantores y ahora lo es por el arreglo. Y bien: D'Arienzo devolvió el tango a los pies de los bailarines y con ello hizo que el tango volviera a interesar a los jóvenes. El Rey del Compás se convirtió en el rey de los bailes, y haciendo bailar a la gente ganó mucho dinero, que es una linda forma de ganarlo.

Los tangófilos menosprecian a D'Arienzo. Lo consideran una suerte de demagogo del tango. Pero D'Arienzo —como ha señalado muy bien José Luis Macaggi— hizo posible ese renacimiento del tango que ha dado en llamarse La Década del Cuarenta, una década que es para el tango algo así, mutatis mutandis, lo que el siglo de oro para la literatura española.

Es claro que el tango no comienza en 1940. Tampoco los tanguistas de 1940 son más importantes que los de 1910 o 1920 (como Cervantes no fue más importante que Berceo o que el Rey Alfonso). A veces se niega, con criterio entre esteticista y estetizante, a Canaro, a Contursi, a Azucena Maizani, a Luis Roldán, a los pioneros, a los que pusieron, bien o mal, los cimientos sobre los que se ha edificado el complicado edificio del tango. Astor Piazzolla se ha quejado alguna vez de que siempre se toca la música de los muertos... ¡Por Dios! Es como quejarse porque los chicos de las escuelas leen a Miguel Cané y a José Hernández.

Una vez que tuvo éxito con el nuevo compás, que encandiló a los bailarines del Chantecler y que la radio El Mundo difundió en todo el país, D'Arienzo comenzó a teorizar sobre si mismo.

Ignoro si el merito de D'Arienzo consistió inicialmente en sugerir, en proyectar o meramente en dejar hacer. Tampoco vale la pena demorarse en denigrar las concesiones lamentables que el maestro hizo a la chabacanería, en composiciones tan ordinarias como “El tarta” o “El hipo”. Mejor olvidar todo eso. En todo caso, esa chabacanería algún paralelismo guardaba con el tono original del tango, con la impronta plebeya que los compadritos pusieron al tango en las academias, en los cafés de camareras, en los bailes del Politeama y del Skating Ring, vale la pena, en cambio, detenerse en las teorizaciones d'arienzanas.

En 1949, decía D'Arienzo: «A mi modo de ver, el tango es, ante todo, ritmo, nervio, fuerza y carácter. El tango antiguo, el de la guardia vieja, tenía todo eso, y debemos procurar que no lo pierda nunca. Por haberlo olvidado, el tango argentino entró en crisis hace algunos años. Modestia aparte, yo hice todo lo posible para hacerlo resurgir. En mi opinión, una buena parte de culpa de la decadencia del tango correspondió a los cantores. Hubo un momento en que una orquesta típica no era más que un simple pretexto para que se luciera un cantor. Los músicos, incluyendo al director, no eran mas que acompañantes de un divo más o menos popular. Para mí, eso no debe ser. El tango también es música, como ya se ha dicho. Yo agregaría que es esencialmente música. En consecuencia, no puede relegarse a la orquesta que lo interpreta a un lugar secundario para colocar en primer plano al cantor. Al contrario, es para las orquestas y no para los cantores. La voz humana no es, no debe ser otra cosa que un instrumento más dentro de la orquesta. Sacrificárselo todo al cantor, al divo, es un error. Yo reaccioné contra ese error que generó la crisis del tango y puse a la orquesta en primer plano y al cantor en su lugar. Además, traté de restituir al tango su acento varonil, que había ido perdiendo a través de los sucesivos avatares. Le imprimí así en mis interpretaciones el ritmo, el nervio, la fuerza y el carácter que le dieron carta de ciudadanía en el mundo musical y que había ido perdiendo por las razones apuntadas. 

«Por suerte, esa crisis fue transitoria, y hoy ha resurgido el tango, nuestro tango, con la vitalidad de sus mejores tiempos. Mi mayor orgullo es haber contribuido a ese renacimiento de nuestra música popular».

Esto es lo que decía D'Arienzo, a través de aquel gran periodista, de aquel maestro del reportaje que fue Andrés Muñoz. Y bien: el mismo día que D'Arienzo decía esas cosas, o casi el mismo día, Aníbal Troilo, con Edmundo Rivero, grababa “El último organito”. Allí el cantor estaba en primer plano y, sin embargo, eso era tango puro, y en la más exigente antología sonora aquella bellísima versión no debería estar ausente.

Por lo demás, también D'Arienzo puso, a veces, al cantor en primer plano, y aunque lo hizo correr a la velocidad de la orquesta, buscó un éxito adicional y menospreciable en letras tan penosas como las nombradas o como “Chichipía” o “El Nene del Abasto”.

En 1975, un mes antes de su muerte, D'Arienzo volvió a teorizar: «La base de mi orquesta es el piano. Lo creo irremplazable. Cuando mi pianista, Polito. se enferma, yo lo suplanto con Jorge Dragone. Si llega a pasarle algo a éste no tengo solución. Luego el violín de cuarta cuerda aparece como un elemento vital. Debe sonar a la manera de una viola o de un cello. Yo integro mi conjunto con el piano, el contrabajo, cinco violines, cinco bandoneones y tres cantores. Menos elementos, jamás. He llegado a utilizar en algunas grabaciones hasta diez violines» (Reportaje del diario de Tres Arroyos, La Voz del Pueblo, 23 de diciembre de 1975).

Dada la importancia otorgada al piano por el maestro, no resulta superfluo mencionar la lista de sus pianistas: Alfonso Lacueva, René Cóspito, Vicente Gorrese, Nicolás Vaccaro, Juan Polito, Luis Visca, Carlos Di Sarli, Lidio Fasoli, César Zagnoli, Rodolfo Biagi, Juan Polito, Fulvio Salamanca, Juan Polito, Normando Lazara (Di Sarli sólo actuó durante un mes en 1934, en el Chantecler reemplazando a Visca).

Sin duda, los resultados logrados por la orquesta de D'Arienzo no justificaban tanto derroche instrumental, ni justificaban tener el primer violín a un artista como Cayetano Puglisi. Con igual numero de instrumentos la orquesta de Troilo obtuvo, en 1946, ese prodigio de sonoridad que es la versión de “Recuerdos de bohemia”. Pero esa es otra cuestión. Lo cierto es que, en 1975, en plena vanguardia, D'Arienzo seguía sosteniendo que «sí los músicos retornaran a la pureza del dos por cuatro, otra vez reverdecería el fervor por nuestra música y, gracias a los modernos medios de difusión, alcanzaríamos prevalencia mundial».

Volver al dos por cuatro primitivo significa, sin embargo, borrar a Canaro, borrar a Cobián, borrar a De Caro, borrar a todos los tanguistas del cuarenta. ¿Vale la pena?

D'Arienzo, al fin de su carrera, cultivó el estilo campechano: por supuesto, sin saberlo y sin proponérselo. La gente lo veía gesticular frente a los músicos y los cantores; lo veía con simpatía, había algo de nostalgia y algo de burla. Por supuesto, el compás de la orquesta se llevaba tras de si los pies de los bailarines. Y los pies de los bailarines siguen yéndose con el compás cuando suenan los discos de D'Arienzo, y su figura continua suscitando una gran simpatía. Se la merece por lo que hizo por el tango al promediar la década de 1930.

Originalmente publicado en Tango y Lunfardo Nº 132, Año XIV, Chivilcoy, 16 de setiembre de 1997. Director: Gaspar J. Astarita.




Francisco Canaro

Nombre real: Canaro, Francisco
Seudónimo/s: Pirincho
Violinista, director y compositor
(26 noviembre 1888 - 14 diciembre 1964)
Lugar de nacimiento:
San José de Mayo (San José) Uruguay


Era apodado Pirincho porque al nacer la partera exclamó al ver la forma de su pelo: "¡Parece un pirincho!", aludiendo a un pájaro encrestado común del Río de la Plata.Desde muy temprana edad la familia de Canaro se instaló en Buenos Aires, donde vivieron en casas de inquilinato (llamadas conventillos), en condiciones de extrema pobreza. Antes de cumplir los diez años él trabajaba en las calles. Su hermano menor fue el también músico y director de orquesta Rafael Canaro.

Se destaca el hecho que construyó su primer violín empleando envases de aceite de la fábrica donde trabajaba. Dicho violín de lata le serviría para iniciar su carrera y ganar dinero suficiente para comprar uno de madera. Su hazaña pudo haber inspirado al grupo musical argentino Les Luthiers, quienes emplean violines de lata con frecuencia.El primer tango que saqué de oído fue "El llorón", de autor anónimo -recordaría muchos años después-. El estuche me lo fabricó mi vieja; en realidad una funda de género, y ya salí a ganar algo de plata en bailes de la vecindad.
Fue vecino del bandoneonista Vicente Greco. Canaro reconocería tiempo después lo que influyeron en él los conocimientos de Greco.

En 1908 empezó a actuar de forma continua en varios lugares de La Boca, y luego, conjuntamente con Greco en diversas giras.

En 1912 comenzó Canaro su trascendental labor de compositor con los tangos "Pinta brava" y "Matasanos".Comenzaba 1925 cuando el director de una agencia de contratación de artistas Amadeo Garesio, que años después fue el titular del cabaré Chantecler, estaba impulsó a Canaro a presentarse en París, ciudad donde el tango tenía amplia difusión y en la que actuaban con éxito la orquesta de Manuel Pizarro y el conjunto encabezado por Genaro Espósito y Eduardo Blanco. Canaro viajó con sus hermanos, el bandoneonista Juan y el contrabajista Rafael, el bandoneonista Carlos Marcucci, el pianista Fioraventi Di Cicco, el violinista Agesilao Ferrazzano y el baterista Romualdo Lo Moro.

Canaro salió con su esposa el 10 de marzo de 1925 en el vapor Alsina en tanto los músicos viajaron después en el Lutetia. La orquesta debutó el 23 de abril de 1925 en el dancing Florida, que se encontraba en el vestíbulo del teatro Apollo, con sus integrantes con vestimenta gauchesca –blusa y chiripá floreados, pañolón, botas y hasta puñal en el cinto- porque la actuación de orquestas íntegramente formada por músicos extranjeros sólo estaba permitido si constituía un “número de atracción” justificando una característica especial; a mayor abundamiento Canaro había sumado en París a la cancionista Teresa Asprela que se dedicaba al género de la música nativa y había viajado con uno de los músicos,1 e incorporó al espectáculo la percusión del serrucho a cargo de Rafael Canaro, los canturreos y silbos del conjunto y los recitados del Martín Fierro por el propio Canaro para beneficio de los inspectores que fueron a controlar el carácter de “número de atracción” del conjunto. El éxito fue total, las reservas de mesa debían hacerse con gran anticipación y fue invitada a tocar en calificadas reuniones. Las noticias del éxito fueron llegando a la Argentina principalmente por las crónicas del periodista Fernando Ortiz Echagüe, que era el representante del diario La Nación.

En 1918 luchó por los derechos autorales, no reconocidos en esos tiempos, hasta culminar en la creación de la actual SADAIC (Sociedad Argentina de Autores y Compositores de Música), fundada en 1935 y cuyo edificio fue construido sobre terrenos adquiridos por Canaro.

En diciembre de 1932 graba el "Himno al Club Atlético River Plate", junto a su Orquesta Típica. El Himno, compuesto en 1918, lleva la melodía de It's a Long Way to Tipperary, mientras que la letra fue creada por Arturo Antelo.

En 1940 se nacionalizó argentino.

Fue uno de los que más contribuyó a la extensión y popularidad del tango en Europa.Francisco Canaro falleció a las 15 hs del lunes 14 de diciembre de 1964 de manera sorpresiva en su casa a los 76 años de edad.