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jueves, 22 de diciembre de 2011


César Fermín Perdiguero

En las intersecciones de las calles Joaquín Castellanos, Lavalle y Pje. Dr. Eduardo Wilde se erige el monumento que los salteños supimos levantar a la memoria de Don César Fermín Perdiguero, reconociendo de esta manera su fecunda labor a favor de la cultura en los ámbitos de la literatura, el periodismo radial y escrito.

En ese lugar, año tras año se reúnen amigos del poeta, intelectuales y un público que no olvida las sentidas páginas en diarios capitalinos y sobre todo aquella audición en donde Don César comenzaba diciendo: - De noche, a veces… y finalizaba … Churo ¿no?.

Me veo junto a mi padre en actitud respetuosa y en total silencio. Sus palabras aún resuenan en mis oídos, y toda la ciudadanía estuvo por mucho tiempo embelezada por la maravilla que fueron sus anécdotas e historias.

Voy a decir con un total convencimiento, que fueron todos los hogares que en aquel entonces encendían la radio cuando se emitía “Cochereando en el recuerdo”.

Igualmente con la sección “La Salta de antes”, en un diario local. “Cultural de los domingos”, en donde se posaban nuestros ojos antes de abordar el mundo cruento de las noticias.

Una indescriptible alegría nos acontecía al enterarnos de que en la ciudad existía un tranvía, el nombre antiguo de las modernas calles, y de los personajes de Salta antigua.

Emilio Zola, un grande de las letras, expresó que se combate también con la escritura. Es cierto, después de leer “Calixto Gauna” de Perdiguero, siento una voz decidida en ese libro, que invita a cargar contra el enemigo de la patria. Los que vendieron nuestros montes, que trafican con nuestros recursos genuinos, la pérdida del talento de miles de argentinos que deben emigrar del país por la falta de trabajo, o cientos de escritores que no pueden editar sus libros, o los miles de estudiantes que no pueden ingresar a las universidades.

El “Calixto Gauna” fue editado por una empresa que hizo mucho por la cultura: “El Estudiante” Juan Carlos Dávalos, Joaquín Castellanos, Néstor Saavedra, fueron lanceros feroces, hasta hoy escuchamos sus gritos estremecedores.
Un empleado de archivo, el señor Miguel Ángel Salóm, el mismo que rescatara valiosos documentos históricos y por el que hoy sabemos certeramente los lugares físicos donde nació y murió el General Güemes. También fue un artífice como el más valiente de nuestros gauchos, colaborando en el libro sobre la historia de Calixto Gauna de Don César Fermín Perdiguero.

Calixto Gauna, a través del libro de Perdiguero, sigue cabalgando por una senda gloriosa como en aquellos ocho días decisivos en la historia de la patria.

Calixto Gauna se incorpora en la historia de los más grandes porque es el ejemplo de ciudadano que hizo lo que debía hacerse, en el momento preciso a riesgo de perder su propia vida, y el poeta Perdiguero, igualmente se convierte en un guerrero que nos enseña con su libro, que no debemos olvidar a quiénes pusieron su coraje, el corazón, ofrendando la vida por la patria.

En el libro “El Cerro San Bernardo”, César se personifica en un águila, los caballos se encabritan, bulle la sangre, el viento sopla fuerte porque es un poeta, Don César, que está gritando “¡Esta mi patria!”

Debemos leer en estas palabra, en sus libros, en las coplas una reflexión profunda, cuiden el pago, éste donde nuestros antepasados amaron y sufrieron.

El viene en un mateo, contempla absorto su cerro San Bernardo, y escribe un poema largo. Escuchemos el casco de los caballos, el rechinar de sus aceros, el poeta va en busca de sus amigos. Es carnaval. El cerro es su norte, destino de un cantor, y también su cobijo, en esta manera nuestra de querer la tierra, y de nuestra alegría de vivir.

César Fermín Perdiguero ha marcado el tono y el acento del modo que tenemos de expresarnos.

Han quedado sus anécdotas, pequeñas grandes historias que se marcaron a fuego en nuestras almas. Junto a él hemos reflexionado sobre la dimensión histórica de los comienzos de la patria. Comprendimos que nuestro pasado fue inconmensurablemente rico, y lleno de heroísmo.
Nos pintó tal cual somos, lentos al hablar, contemplativos, y sobre todo, dotados de una inventiva formidable.

César Fermín Perdiguero ha vivido la bohemia, ha transcripto la historia.
Fue diligente al volcar en el papel, algo contado por una tía. Más de una vez una señora de la periferia ciudadana, le contaría que el duende existe. O un señor elegantemente vestido, le señaló una casa de adobe, señorial, manifestando “allí vivían mis abuelos”.

Estamos volviendo a las cosas lindas, a las acciones buenas, a las buenas historias, como esas que nos contaba Don César Fermín Perdiguero.
En un país difícil, en esta obra sentimos una necesidad vital de tomar la antorcha y gritar “¡Libertad!”

Recordemos el adagio japonés: “El homenaje a nuestros muertos no consiste en llevarles flores o inciensos, el homenaje a nuestros muertos consiste en proseguir sus obras”.