"Ella no era conciente de lo que estaba ocurriendo a su alrededor", aseguró Rodney Campbell, capitán de la Policía neoyorkina.
Los chillidos que salían de la casa conmovieron a los vecinos, que después de un rato llamaron a las autoridades. Pero ante la demora de los oficiales en acudir, Heather Ames, que vive en la casa contigua, se dirigió hacia donde se estaba produciendo la escena.
La madre no paraba de zurrar al niño. Entonces empezaron a forcejear, pero la fuerza de McCarthy pudo más y desplazó a Ames. "Me aprisionó con sus manos y pensé que iba a pegarme. Me rasguñó la cara y me tiró del cabello", contó.
En ese momento apareció Jason Williams, el padre, que sí consiguió sacarle a su hijo, y salió a la calle corriendo, con él en brazos. Pero la madre no estaba dispuesta a que le arrebataran a su presa, así que salió detrás de su esposo con tanta furia que terminó tropezándose al descender por la escalera que llevaba a la calle. Según David Bridge, otro testigo, "después de volar varios metros, golpeó el concreto y se levantó como si nada".
Al ver que ya no podía alcanzarlos, empezó a sacarse toda la ropa y a arrojársela a los transeúntes, exactamente igual que el caníbal de Miami. Luego de amenazar a las personas que circulaban en ese momento, dio media vuelta y volvió corriendo hacia su casa.
Tropezó nuevamente con las escaleras y, tras levantarse, encontró una nueva víctima: su perro, un pitbull. En ese estado la encontraron los policías, que a pesar de que eran dos hombres, no podían detenerla. Hasta que le aplicaron una descarga con su pistola taser. Terminó muriendo en el hospital, horas después.
No era la primera vez que la Policía tenía que ir a la casa para calmar a McCarthy por el estado en la que la dejaba el ivory wave. Pero nunca había llegado tan lejos.
Parlamentarios están intentando sancionar una ley que prohíba la venta de esta sustancia.
Fuente: infobae.com