ROBERTO GOYENECHE
Apodo: El Polaco
Cantor
(29 de enero de 1926 – 27 de agosto de 1994)
Si tuviéramos que elegir un personaje síntesis de los últimos
treinta años del tango, sin ninguna duda surgiría el nombre del Polaco Goyeneche. No sólo por tratarse de un cantor extraordinario, sino y fundamentalmente, por ser el arquetipo de la última camada de nuestra estirpe y bohemia porteña.
La expresividad de su fraseo, el particular modo de 
          colocar la voz, la fuerte personalidad del que conoce la esencia misma 
          del tango, lo distinguen de todos los otros cantores de nuestro tiempo.
          
        
        
El manejo de los acentos y los silencios, el arrastre 
          de alguna palabra de la letra, o el susurro intimista de un verso, lo 
          convierten en un vocalista irrepetible, imposible de ser confundido 
          con otro.
          
        
        
Su dicción era perfecta, aún en los últimos 
          años de su vida cuando la decadencia de su voz, lejos de mellar 
          su popularidad lo elevó a la categoría de mito viviente.
          
        
        
Algunos lo describen como un "diceur", algo así 
          como un "chansonnier" de los años treinta, pero no comparto esta 
          opinión —generalmente expresada para empalidecer su importancia— 
          fue un excepcional cantor, que como muchos otros grandes tuvo diferentes 
          etapas para diferentes gustos, pero todas memorables.
          
        
        
El Polaco inicia su carrera como cantor de la orquesta 
          de Raúl Kaplún en 1944, a los dieciocho años. En 
          1952 y en esa misma condición, continúa con Horacio Salgán, 
          junto al cantor Angel Díaz "El Paya", quien fuera responsable 
          de su apodo.
          
        
        
Pocos años más tarde, en 1956, se convierte 
          en el cantor de la orquesta de Aníbal 
          Troilo, todo un reconocimiento a su incipiente carrera. 
          
        
        
Este modo de nacer artísticamente es uno de 
          los motivos por el cual Goyeneche entiende el tango como un músico, 
          como un instrumento vocal tal cual lo hicieran los cantores del cuarenta, 
          afiatando su garganta y su fraseo en total armonía con la orquesta.
          
        
        
Con el tiempo logra tal perfección, que se permitiría 
          el lujo de iniciar una frase a destiempo —cadenciosamente— 
          para luego alcanzar las últimas notas al final del compás.
          
        
        
Fue un cultor respetuoso del ritmo, en una época 
          donde la mayoría de los solistas lo fusionan a las baladas, a 
          los boleros o a sofisticadas canciones con aire de tango.
          
        
        
El repertorio de Goyeneche fue muy extenso y variado, 
          los tangos bien antiguos y los más modernos desfilan desprejuiciados 
          en su trayectoria discográfica. Grabó "El 
          motivo", de Juan Carlos Cobián 
          y Pascual Contursi, y fue el primero en 
          registrar "Balada 
          para un loco" de Astor Piazzolla 
          y Horacio Ferrer. 
          
        
        
Si se me permite la expresión, el Polaco se 
          apropió de muchos tangos clásicos.
          
        
        
¿Y por qué digo esto? Por la sencilla razón 
          de haber recreado innumerables tangos cuyas versiones originales tenían 
          nombre y apellido —estaban identificadas con otros cantantes— 
          y que a partir de su interpretación pasaron a ser emblemáticos 
          de su repertorio.
          
        
        
Tales son los casos de "La 
          última curda" (Edmundo Rivero), 
          "Naranjo en 
          flor" (Floreal Ruiz), "Qué 
          solo estoy" (Raúl Berón), 
          "Gricel" 
          y "Garúa" 
          (Francisco Fiorentino), entre otros. 
          
        
        
También fue un gran intérprete del repertorio 
          de Carlos Gardel. Sus versiones 
          de "Lejana 
          tierra mía", "Siga 
          el corso", "Volvió 
          una noche", "Intimas" 
          y "Pompas" son espectaculares. 
          
        
        
Cantó mejor que nadie los tangos "Afiches", 
          "Maquillaje" 
          y "Chau no 
          va más" de Homero Expósito 
          y relanzó a una dimensión increíble "Naranjo 
          en flor". 
          
        
        
Resulta impresionante su versión de "Malena" 
          y conmovedor el registro del tango "Discepolín", 
          hitos en la poesía de Homero Manzi. 
          
        
        
En cuanto a Enrique Santos 
          Discépolo hizo verdaderas recreaciones de "Soy 
          un arlequín" y "Cafetín 
          de Buenos Aires". 
          
        
        
La propuesta de "María" 
          de Cátulo Castillo sugiere una infinita 
          dulzura, pero no podemos dejar pasar por alto que es dueño absoluto 
          de "La última 
          curda" donde su voz patentiza el profundo dramatismo de estos 
          versos que expresan la etapa existencialista de Cátulo. 
          
        
        
En cuanto a "Pompas" e "Intimas", 
          después de Gardel, las suyas 
          son las mejores versiones. 
          
        
        
Y qué decir de "Garúa", 
          "Gricel", 
          "Tú", 
          "Cuando tallan 
          los recuerdos", "Ya 
          vuelvo" y tantos otros temas inolvidables. 
          
        
        
Fue admirador y amigo entrañable de Aníbal 
          Troilo, como cantor de su orquesta graba 26 temas y unos años 
          después, ya solista, se vuelven a asociar en dos larga duración, 
          titulados "El Polaco y yo" y "¿Te acordás Polaco?". 
          
        
        
Su carrera ascendente continúa con la dirección 
          de los más grandes maestros de su época, Armando 
          Pontier, Raúl Garello, Atilio Stampone, 
          Baffa-Berlingieri y muchos otros. 
          
        
        
Se consagra como solista después de brillar 
          como cantor de orquesta y, curiosamente, el fervoroso reconocimiento 
          y la devoción del público llegaría a la madurez 
          de su voz para no abandonarlo hasta su muerte.
          
        
        
Yo tuve la suerte de verlo actuar muchas veces, en 
          distintos lugares de Buenos Aires. Pero hoy vienen a mi recuerdo, las 
          mágicas trasnochadas de estudiante universitario, allá 
          por el año setenta. Por primera vez escuché al Polaco 
          cantando tangos a capella en el Bar Amazonas —ubicado en la esquina 
          de Marcelo T. de Alvear y Talcahuano— en una de las tantas escapaditas 
          que él hacía en los intervalos de sus actuaciones en Caño 
          14 —mítico escenario de la noche porteña— que 
          quedaba a la vuelta.
          
        
        
Bastante tiempo después me di el gusto de conocerlo, 
          de charlar con él e incluso, de compartir un video donde aparecemos 
          conversando en la mesa de un café y él me tarareaba "Mariposita". 
          
        
        Fue grande entre los grandes, y de la mano de Gardel 
          y de sus hermanos Corsini, Charlo, 
          Fiorentino y Vargas, 
          su voz, su garganta con arena, nos seguirá deleitando 
          con el sabor del tango y el perfume cotidiano de las noches de Buenos 
          Aires.

