CÀTULO CASTILLO
Poeta
(6 de agosto de 1906 - 19 de octubre de 1975)
Nombre completo: Ovidio Cátulo González Castillo
átulo Castillo recorrió con sus letras los temas que siempre obsesionaron al tango: la dolorosa nostalgia por lo perdido, los sufrimientos del amor y la degradación de la vida. No tuvo en cambio espacio para el humor ni para el trazo despreocupado, y tampoco para el énfasis rítmico de la milonga. La palabra "último" figura en varios de sus títulos, como dando testimonio de ese desfile de adioses que atraviesa sus letras, donde hay siempre compasión por quienes padecen y un frecuente recurso al alcohol como fuga. Cátulo no se dio, como letrista, un perfil definido, en lo cual se parece más a Enrique Cadícamo que a Homero Manzi. No alcanza a menudo la calidad poética de éste ni el lacerante poder de observación de Enrique Santos Discépolo, pero enalteció al género con una obra vasta e influyente, siendo también notable su aporte como compositor.
Aunque su obra de músico no sea la que nos ocupa
en esta semblanza, es justo recordar que, en su juventud, Cátulo
concibió páginas de gran hermosura, varias de las cuales
llevaron letra de su padre, José González
Castillo, talentoso comediógrafo y dramaturgo de ideas anarquistas,
que hasta debió exiliarse por unos años en Chile, llevando
a su pequeño hijo, para escapar de la represión. Tangos
como el imperecedero "Organito
de la tarde" (que concibió cuando contaba 17 años),
"El aguacero",
"Papel picado",
"¡El circo
se va!" y "Silbando"
(en colaboración con Sebastián
Piana) dan cuenta del único caso de semejante comunión
creadora entre padre e hijo en la historia del género. También
con otros letristas escribió páginas trascendentes, como
"La violeta",
con el poeta Nicolás
Olivari; "Corazón
de papel", con Alberto
José Vicente Franco, o "Viejo
ciego", con Manzi (y en colaboración
con Piana),
entre otras. Un dato asombroso es que Cátulo haya podido ser,
al mismo tiempo que inspirado músico y poeta, un boxeador de
renombre, que llegó a conquistar el título de campeón
argentino de peso pluma.
El compromiso político con los explotados inspiró
una de sus obras tempranas, "Caminito
del taller". Ese tango, que Carlos
Gardel grabó en 1925, le pertenece a Cátulo en letra
y música. Describe en él, con enorme sensibilidad, el
triste destino de una costurerita enferma, a la que observa pasar rumbo
al trabajo en las mañanas invernales con su fardo de ropas. Así
como creó con ésta una composición clave dentro
del tango de protesta social, Cátulo también aportaría
obras emblemáticas para otras tesituras.
Tal el caso de "Tinta
roja", de 1941, con música de Piana, donde se funden en la
añoranza el barrio y la propia infancia. "¿Dónde
estará mi arrabal? ¿Quién se llevó mi niñez?",
pregunta su protagonista. De ese mismo año, y de la misma pareja
autoral, es "Caserón
de tejas", un hermoso vals que llora las mismas pérdidas
y, dentro del repertorio de compás ternario, es también
una obra sobresaliente.
De otro carácter es "María",
con música de Aníbal Troilo,
creado en 1945. Poema intensamente romántico, que evoca un amor
encerrado entre dos otoños, puede ser elegido para representar
toda aquella corriente sentimental que bañó al tango durante
la década de los '40, con influencia del bolero y con el papel
protagónico del cantor de orquesta, que seducía al público
femenino con su voz, sus temas y su estampa. Aunque el amor sigue siendo
fuente de penas y
sinsabores, ya no hay en estas historias perversidad
ni traiciones. Su lugar suele tomarlo el misterio: "Un otoño
te fuiste, tu nombre era María, y nunca supe nada de tu rumbo
infeliz...", versea Cátulo.
Aunque haya sido un letrista decisivo en aquellos años,
el liderazgo poético del género lo alcanzaría recién
en la década del '50. Es preciso recordar que en 1951 murieron
Discépolo y Manzi,
que Cadícamo había reducido
mucho su producción, como también ocurrió con José
María Contursi, y que sólo Homero
Expósito, entre los máximos nombres de las letras
tangueras, intentaba renovarse a sí mismo, aunque su mejor inspiración
ya había pasado. Claramente, fue Castillo quien dominó
el panorama y tuvo el mérito de abrir nuevos caminos, que sin
embargo se irían borroneando con la declinación que sufrió
el tango desde finales de aquella década. Por otro lado, los
vanguardistas, con la magna excepción de Astor
Piazzolla, concentraban su interés en el tango instrumental.
Aunque Cátulo siguió escribiendo en la
línea evocativa, con tangos como "Patio
mío", "Patio de la morocha" o "El
último farol", lo mejor de su nueva producción no
estuvo allí. Cerca ya de sus cincuenta años, sus letras
comienzan a expresar una actitud desesperada ante la vida. Es con esos
tangos de la desesperación, impregnados de sensualidad y de filosofía,
que construye el último apogeo poético del género,
irguiéndose por encima de sus contemporáneos. "La
última curda", de 1956, con música de Aníbal
Troilo, es probablemente el tango cantado más trascendente
de esa década. Como había hecho Manzi
en 1950 en "Che,
bandoneón" y otros letristas en tantas otras piezas anteriores,
Castillo dialoga con ese fuelle de "eco funeral" donde residen los secretos
del tango y de la existencia. Olvido, condena, fracaso, alcohol, aturdimiento
son los elementos de esa conversación sombría, que define
a la vida como "una herida absurda". Las versiones iniciales que grabó
el cantor Edmundo Rivero, en 1956 con Troilo
y en 1957 con Horacio Salgán, son de una rara perfección.
Una lectura diferente pero asimismo memorable es la registrada en 1963
por Roberto Goyeneche, también
con Troilo.
Otros
tangos fundamentales de aquella etapa fueron "Una
canción" (1953), con música de Troilo;
"Anoche" (1954),
con Armando Pontier, y "Perdóname"
(1954), con Héctor Stamponi, tres
obras mayúsculas que motivaron excelentes versiones (por voces
tan destacadas como las de Alberto Marino,
Horacio Deval, Charlo, Jorge
Casal, Pablo Moreno u Oscar Alonso, entre
otras). El drama de los inmigrantes italianos le inspiró piezas
de gran relieve, como "Domani"
(1951), con Carlos Viván, y "La
cantina" (1954), con Troilo. Ya en los años '60 forjó
importantes éxitos con el áspero "Desencuentro"
(1962), con Troilo, y el más convencional "El
último café", con Stamponi.
Con estas menciones no se agota la extensa obra creativa
de Cátulo Castillo. Para evitar que queden innombrados en esta
semblanza, citamos otro número de excelentes tangos con los que
enriqueció los mejores repertorios: "Se
muere de amor" (con Pedro Maffia), "Color
de barro" (Anselmo Aieta), "Dinero,
dinero" y "Malva" (Enrique Delfino),
"La
madrugada"
(Angel Maffia), "Te llama mi violín" (Elvino
Vardaro), "Una vez" (Osvaldo Pugliese),
"Naná" (Emilio Barbato), "Para
qué te quiero tanto" (Juan Larenza), "Rincones de París"
y "Volvió a llover" (Osmar Maderna),
"Burbujas" (Carlos Figari), "Maleza" (Enrique Munné), "Pobre
Fanfán" (Delfino/Barbato), "Ventanal"
(Atilio Stampone), "Tango sin letra" (Venancio Clauso) y "Sin
ella" (Charlo). La amplia y sobresaliente
nómina de compositores con los que colaboró confirma el
compromiso de Cátulo con el mejor tango.