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lunes, 2 de abril de 2012

Hepatitis C

La hepatitis C, una enfermedad silenciosa que puede ser grave

Si no se detecta a tiempo, lesiona el hígado y lleva a la cirrosis o el cáncer.


Puede confundirse con una gripe y esfumarse en pocos días… o convertirse en un problema de por vida que, lenta y silenciosamente, lesiona el hígado hasta causar cirrosis o cáncer. Así de traicionera es la hepatitis C, una enfermedad viral, primera causa de
trasplante de hígado en el mundo.

Se estima que 170 millones de personas están infectadas, según datos de la OMS. A nivel local, entre el 1 y el 2% de los argentinos tiene hepatitis C. El problema es que el 80% no lo sabe, porque no da síntomas hasta que el hígado empieza a fallar. “A pesar de que existen tratamientos efectivos, sigue siendo una de las causas de muerte más comunes, porque las personas desconocen que están enfermas. Por eso hablamos de epidemia o asesino silencioso”, describe Nezam Afdhal, profesor de la escuela de Medicina de Harvard, de visita en el país por la IV Reunión Latinoamericana de Hepatitis Virales (LASH), que se realizó el mes pasado.

El contagio es a través de la sangre: las transfusiones, los trasplantes de órganos, las inyecciones con jeringas contaminadas, el consumo de drogas inyectables y, en menor escala, las relaciones sexuales, son las principales vías de infección. Marcelo Silva, hepatólogo y presidente de la LASH, agrega que otra potencial fuente de contagio en la región son los “procedimientos médicos inseguros, con material descartable que es reutilizado”.

Existen varios tipos de hepatitis: las más comunes son la A, B y C, y están causadas por virus distintos. La hepatitis A y la B se previenen con una vacuna. Para la C no existe vacuna, pero sí tratamientos cada vez mejores, capaces de curarla: “Contamos con píldoras de antivirales que eliminan el virus. Entre el 70 y el 80% de los enfermos se curan”, afirma el doctor Rafael Esteban, jefe de la Unidad Hepática del Hospital Universitario Val d’Hebrón en Barcelona, España.

Con el diagnóstico de hepatitis C en mano, se toman dos medidas básicas: la primera consiste en reducir el contagio en el entorno del paciente. “Esto, en casa, implica evitar compartir cepillos de dientes, afeitadoras o alicates. No hacerse tatuajes ni piercings –enumera Afdhal–. La segunda medida será proponer hábitos para frenar el daño en el hígado: no beber alcohol, hacer actividad física y mantener el peso. Todo esto ayuda a retrasar la evolución”.

La difusión es fundamental para llegar a las personas infectadas. “La hepatitis C no goza de la popularidad del sida, aunque lo supera en número de víctimas. Sin difusión, no hay alerta. Sin alerta, la gente no se acerca para hacerse el test”, sintetiza Silva. “En general, los identificamos cuando la enfermedad hepática ya está avanzada. Por eso hace falta que quienes están expuestos a algún factor de riesgo se hagan los chequeos”, concluye Esteban.

Deben hacerse el test:

Quienes recibieron una transfusión de sangre.
Los trasplantados.
Personas que compartían –o comparten– jeringas.
Quienes se hicieron tatuajes o piercings con material no descartable.
Cualquiera que tenga un análisis de sangre anormal, especialmente si las “transaminasas” están alteradas.
Portadores del virus del sida.
Pacientes en hemodiálisis.
Quienes hayan tenido sexo inseguro.
Quienes hayan recibido un procedimiento médico a través de la piel con material reutilizado.