A la entrada de la escuelita, ubicada
sobre el camino de tierra que lleva a Villa Amelia, está la sala
destinada al nivel inicial. La puerta se abre y Marisa, la jefa del
hogar, invita a pasar amablemente. El lugar está limpio y ordenado. Hay
camas cucheta, un ropero hace de divisor con lo que sería otro
dormitorio, y con el espacio destinado al comedor. Al fondo del salón
está el baño diseñado para los chicos del jardín, aunque ahora es de uso
doméstico.
"Cuando llegamos vivíamos en la casita de atrás que era de dos piecitas. La directora le dio lugar a mi marido para que haga un comedor, era necesario porque somos ocho de familia, mi hija más grande tiene 19 y la más chica 8 años. El año pasado reformaron la escuela y la casita, por eso nos dieron un salón para mudarnos (está adentro de la escuela) y de ahí nos pasaron a esta sala donde estamos hoy, de la cual hasta la llave me dieron. Pero cuando terminaron de arreglar la casa nos dijeron que no podíamos volver ahí porque el Ministerio (de Educación de la provincia) no lo permitía", continúa su relato la joven madre y abuela de 35 años, con su nieta de año y medio en brazos.
Marisa cobra una pensión de 1.600 pesos y su esposo, Hugo Orellano, hace changas, trabajos temporarios y si el buen tiempo lo acompaña oficia también de albañil por cuenta propia. Ese es el ingreso económico de esta familia.
Dos de los hijos asisten a esta primaria rural, otros dos adolescentes van al secundario de Villa Amelia, y una de las adolescentes, Tania, de 17, no va al secundario obligatorio porque "se consiguió un trabajito". La madre desaprueba esta decisión: "Yo les digo siempre que tienen que estudiar, porque yo me casé a los 13 años y no pude seguir la escuela, no quiero que a ellos les pase lo mismo".
La relación con la dirección de la escuela es de tensión. Marisa elige las palabras adecuadas para describir cómo es su vida cotidiana. "Yo estoy de acuerdo con lo que dice la directora, que nos tenemos que ir, pero no hace falta que nos trate mal ni les diga cosas a los chicos; como directora de una escuela no debería decirles cosas feas a las criaturas", dice y cuenta que durante el horario escolar (funciona sólo de mañana) "los chicos ni nadie sale de aquí adentro para no molestar, porque sabemos que somos una molestia".
"Me duelen —continúa— estos choques. Pero yo no vine a usurpar este lugar. A mí me fueron a buscar. Ella nos ofreció la luz, el agua y la casa, a cambio de mantener la escuela. Nosotros cumplimos. Pero ahora nadie se hace cargo, todos se lavan las manos con nuestra situación".
"Todos nos dicen que no podemos seguir aquí, que tenemos que alquilar, cuando saben que eso es imposible para nosotros, pero nadie nos ofrece una salida", confiesa mientras toma la manito de su pequeña nieta y agradece ser escuchada.
"Cuando llegamos vivíamos en la casita de atrás que era de dos piecitas. La directora le dio lugar a mi marido para que haga un comedor, era necesario porque somos ocho de familia, mi hija más grande tiene 19 y la más chica 8 años. El año pasado reformaron la escuela y la casita, por eso nos dieron un salón para mudarnos (está adentro de la escuela) y de ahí nos pasaron a esta sala donde estamos hoy, de la cual hasta la llave me dieron. Pero cuando terminaron de arreglar la casa nos dijeron que no podíamos volver ahí porque el Ministerio (de Educación de la provincia) no lo permitía", continúa su relato la joven madre y abuela de 35 años, con su nieta de año y medio en brazos.
Marisa cobra una pensión de 1.600 pesos y su esposo, Hugo Orellano, hace changas, trabajos temporarios y si el buen tiempo lo acompaña oficia también de albañil por cuenta propia. Ese es el ingreso económico de esta familia.
Dos de los hijos asisten a esta primaria rural, otros dos adolescentes van al secundario de Villa Amelia, y una de las adolescentes, Tania, de 17, no va al secundario obligatorio porque "se consiguió un trabajito". La madre desaprueba esta decisión: "Yo les digo siempre que tienen que estudiar, porque yo me casé a los 13 años y no pude seguir la escuela, no quiero que a ellos les pase lo mismo".
La relación con la dirección de la escuela es de tensión. Marisa elige las palabras adecuadas para describir cómo es su vida cotidiana. "Yo estoy de acuerdo con lo que dice la directora, que nos tenemos que ir, pero no hace falta que nos trate mal ni les diga cosas a los chicos; como directora de una escuela no debería decirles cosas feas a las criaturas", dice y cuenta que durante el horario escolar (funciona sólo de mañana) "los chicos ni nadie sale de aquí adentro para no molestar, porque sabemos que somos una molestia".
"Me duelen —continúa— estos choques. Pero yo no vine a usurpar este lugar. A mí me fueron a buscar. Ella nos ofreció la luz, el agua y la casa, a cambio de mantener la escuela. Nosotros cumplimos. Pero ahora nadie se hace cargo, todos se lavan las manos con nuestra situación".
"Todos nos dicen que no podemos seguir aquí, que tenemos que alquilar, cuando saben que eso es imposible para nosotros, pero nadie nos ofrece una salida", confiesa mientras toma la manito de su pequeña nieta y agradece ser escuchada.